¿Por qué me decían Zulu?



¿Por qué me decían Zulu? ¡Por jetón, jajajaj! Tenía labios grandes. Los labios me crecieron primero, después ya me creció el  resto del cuerpo (felizmente). Hoy todo está en equilibrio (bueno, más o menos). 

Por tanto, puede decirse que Zulu nació en 1963, a los 12 años de edad. Creo que cursaba el primero de secundaria en el colegio Santa María.

Aunque Zulu fue solo un apodo, tal vez en un futuro descubra que realmente tuve raíces africanas. ¿Podré averiguar de qué tribu? No sé.

Por jetón, mis compañeros de clase comenzaron a llamarme Lumumba, aludiendo al político africano que salía en las noticias a principios de los 60. No sé quién tuvo la brillante idea de clavarme esa chapa. No sería raro que fuera Enrique Gaona, un caso ingobernable. Los maestros lo perseguían con látigo a cada rato por todas partes, y en los desfiles de fiestas patrias, las varas de los brigadiers (el futuro sensei karateka Guayo Salas y del futuro político barbón Javier Diez Canseco). ¡Achachayyy!. Pero nunca nadie logró doblegarlo. Enrique se mantuvo fiel a su ley. 

Con Enrique Gaona

En la foto, con Enrique, ya de viejitos. Fue un momento en que, sin querer, nos reconocimos por casualidad en San Bartolo, en 2013, cuando mi esposa y yo fuimos a la playa.

Enrique es hermano de mi recordado y gran amigo Gonzalo Gaona padre (QEPD), que armó el Gimnasio "3G" en San Bartolo, cuyo legado mantuvieron su hijo, Gonzalo Gaona Guerrero, y Claudia, su viuda.

Gonzalo Gaona

Bueno, el apodo Lumumba no me gustaba. ¿Cómo solucionarlo? En ese tiempo llegó a Lima la primera versión de la película "Zulu". Me agradaba cómo gritaban los negritos antes de entrar en combate, y comencé a imitar la arenga del jefe Zulú.

Un día, a Raúl Cabada y a mí se nos ocurrió formar grupos de caballería en el campo de fútbol del colegio. Los grandotes ponían su mano como estribo, y los más livianos nos montábamos en su espalda. Yo gritaba la arenga y nos enzarzábamos en violentas escaramuzas. Loca diversión.

A partir de entonces, no hacía caso cuando me decían Lumumba, pero sí cuando me decían Zulu, y así,  poco a poco, los forcé a cambiar mi apodo por uno más soportable, en honor a mis probables raíces africanas.

Después lo seguí usando cuando me dediqué a la música. Ahora en el barrio y en todas partes me llamaban Zulu. Pocos me conocían como Miguel Ángel o Mike. En la foto con mi hermana Pilar en la playa La Herradura, Lima, en la década del 50. Ese día me atraparon las olas y llevaron adentro. Mi hermano Kike no lo dudó ni un segundo y se metió para ponerme a salvo. 

¿Y Makeba?

Bueno, todo el mundo tiene apellido. Makeba era simplemente el apellido de mi apodo. Como me decían Zulu, yo también fastidiaba a Lucho Cordero, un compañero de estudios, diciéndole Mpudi Ntuku, que eran nombres que también aparecían en la película Zulu. De modo que Lucho Cordero fue quien me puso el apellido Makeba. Él era quien siempre me decía Zulu Makeba, y yo le decía Mpudi Ntuku. Además, en ese tiempo él se veía más negro que yo, jajajaj. Lucho también fue quien me motivó a regresar de USA para que me declarara a Kris (Ver Denise Marie).


Lucho Cordero

Según me contó Andreas Vukovic,  día, terminada la pandemia,  Lucho metió todas sus cosas en un container y se mudó al sur de Italia. Feliz con su querida esposa, siguió practicando el surf (a una hora de su casa) y cocinando de maravilla.

Cuando quise subir a YouTube las canciones que Zulu grabó en 1973 y 1974, el sistema no aceptó el nombre Zulu porque ya alguien lo había solicitado (somos muchos zulúes en el mundo). Por eso me vi obligado a añadirle el apellido de mi apodo, Makeba, y lo inscribí como http://zulumakeba.blogspot.com.

Bueno, cuando yo cursaba el primero de secundaria, Eduardo Lores La Rosa formó un grupo musical. Él cantaba, Ramón De Orbegoso Elejalde tocaba la guitarra y yo el piano. Eduardo nos bautizó como Wally Wally Tip Tops. Solo tocamos una vez con motivo de una celebración del colegio Santa María (que en ese tiempo estaba ubicado donde después se estableció el Colegio María Reina, de San Isidro). Ese fue mi primer grupo musical. Eduardo se convirtió en filósofo, literato, comunicador y docente universitario.

En la música Zulu siempre fue autodidacta. En toda mi vida, la única verdadera lección de piano que recibí en mi vida me la dio mi hermano Kike. Solo me enseño dos acordes con acompañamiento, es todo. (¡Dos acordes!) Y la única lección de guitarra que recibí en mi vida me la dio Ramón de Orbegoso. Solamente me enseñó a pisar tres acordes: La, Re, Mi (¡Tres acordes!). No me enseñó a rasgar ni a hacer arpegios. El resto lo aprendí por mi cuenta, con la práctica. Sin embargo, la guitarra no era mi fuerte, sino el piano, que tampoco llegué a dominarlo tanto como me hubiera gustado.

Con el tiempo, a fines de los 60, Pico Ego Aguirre me invitó a tocar los teclados con Los Shain's, y posteriormente Manuel Sanguinetti y Jean Pierre Magnet me invitaron a tocar el bajo y los teclados con Traffic Sound. Creo que nunca dominaré el bajo como Marta Altesa, alguien a quien admiro muchísimo por su destreza, memoria y sencillez, pero ahí voy dándole. Mis dedos ya piden un brake.


Mi encuentro con la Biblia

Mi encuentro con la Biblia no fue en la escuela cuando era niño ni tampoco en una iglesia, a pesar de que crecí como católico, sino a poco de terminar la adolescencia.

Fue interesante que, aunque solía comprar papel de arroz para armar mis pitillos de marihuana, a veces me quedaba sin papel, de modo que, un día, le falté el respeto a la Biblia. En casa nadie la leía y no la echarían de menos. Seccioné en cuatro una página y con eso resolví el problema. El sacrilegio continuó por un tiempo. Y debido a que se trataba de la Biblia, supuestamente un libro sagrado, solía leer, por respeto, la porción que quedaba visible, por ejemplo, "Bienaventurados los mansos...", etc. Así fue como terminé fumando la Biblia.

Cuando hube desgajado una buena sección del Antiguo Testamento, y otra del Nuevo, lo que equivale a decir que también hube leído muchos textos, comencé a sentir un temor respetuoso por aquel libro. Tenía pensamientos increíblemente interesantes. Y dejé de desgajar sus páginas. Empecé a leerla seriamente y a tratar de entenderla.

En el colegio, los sacerdotes nos hablaban de la Biblia, pero no de una manera que inspirara suficiente respeto como para no desgajar sus páginas. El resultado fue que, cuando debí respetarla, no lo hice como se hubiera esperado. 

Llegado el momento, pedí perdón a Dios, y supuse que Él comprendió que lo hice porque, en ese tiempo, era un ignorante en religión y solo un muchacho impetuoso. Sentí su perdón y comencé a leer su Palabra con gran admiración. Metí freno a fondo. ¡A sentar cabeza!

A lo largo de mi vida tuve varios barrios e hice muchos amigos. Pero cuando me retiré del mundo del espectáculo y de los amigos que fumaban y andaban en full relax, tuve que empezar de nuevo, desde cero. Poco a poco fui perdiendo el espíritu del mundo y me dediqué a reconstruir el rompecabezas de mi vida. 

Mis amigos ya no parecían disfrutar tanto de mi compañía porque todo el tiempo andaba hablando de la Biblia y de sus profecías, y porque me había alejado del desenfreno característico de la juventud de aquella época. Dejé de fumar, de hablar palabrotas y de perder el tiempo. 

No obstante, todavía quedarían muchas cosas por entender. Mi búsqueda resultó incesante y apasionante. ¡Siempre me fascinó atar cabos!