¿Qué pasó con el amor?



¿Qué pasó con el amor en la música? Mi opinión sobre la música moderna es que en muchos lugares, el mundo parece haber entrado en una etapa que ha marcado el inicio de una era muy diferente en lo que a música y espectáculo se refiere. "¡Asombroso!", dicen algunos. Pero, ¿y el amor?

No me refiero a que las canciones necesariamente contengan temas de amor, sino al amor, afecto y aprecio que pueden comunicar los músicos a los oyentes por la manera como usan y tratan a sus instrumentos, a la composición musical y al público mismo, a quienes va dirigida su música. 

Así como la forma de trabajar un tema musical puede comunicar amor y cariño, indiferencia y apatía, u odio y violencia, también ocurre con la manera de tratar a los instrumentos. Porque pudiera reflejar cariño y aprecio por ellos, o todo lo contrario. Si los maltrata intencionalmente, por ejemplo, patea su piano o teclado, nadie necesita la letra de una canción para percibir el sentimiento del intérprete hacia lo que siente y hace, ¿y así se los aplaude a rabiar?

Por ejemplo, se supone que los tambores, pianos, trompetas, guitarras o violines sean tocados a veces con vigor y fuerza, porque para eso están hechos. Ese es su fin. Soportan a un grado razonable los diferentes estados de ánimo del que los toca para producir sonidos muy suaves y dulces con ellos. Pero si se los quema o destruye como parte del espectáculo, ¿qué comunicaría? ¿Odio o amor? El sonido no es música, ni la música es simplemente sonido.

Es en ese sentido que en este artículo me refiero al amor. Se trata de amor por la música, por lo que uno hace, por lo que uno es, y por el público que escucha, todo lo cual se puede trasmitir con la voz y/o los instrumentos. ¿Es mejor, más bonito, conveniente o funcional un piano clasico o un teclado electrónico? Nunca los comparo. Cada instrumento musical, sin importar del tipo que sea,  tiene su propio carácter, su personalidad, su lugar, su momento, su utilidad, etc. 

Para 2023, la neuropsicología había avanzado mucho en la investigación del efecto de la música en el cerebro y el desarrollo de la personalidad. Como una vez dijo Peter Vuust, neuropsicólogo danés: "Si un ritmo es tan simple como un metrónomo, no nos anima a movernos. Si es demasiado complejo, no reconocemos una estructura ni tampoco nos motiva. Pero cuando se insertan síncopas en la melodía, 

Mi modesta opinión es que, así como puede ayudar, también puede perjudicar, embrutecer y hasta causar un efecto hipnótico negativo, sobre todo si se causan efectos intencionalmente en los bebés. Si funciona para rehabilitar también podría ser usado inicuamente para causar daño. 

Me refiero a que, si la música tiene el potencial de reducir el estrés, también podría aumentarlo, ¿no es cierto? Si produce placer, felicidad y calma, algo positivo, también podría producir dolor, infelicidad y excitar de modo negativo, buenas o malas vibraciones. ¿Pacifismo vs. violencia? Mucho depende de cómo lo percibe cada individuo. Generalizar me parece imprudente. Como decía César Hildebrandt: "Cada uno mira las cosas desde su propia subjetividad".

No porque a unos les agrade cierta música, les agradará igualmente a todos. Un oriental podría sentir rechazo por cierta música o sonido de occidente, y un occidental, sentir rechazo al oír cierta música o sonido del oriente; o viceversa, a un oriental podría gustarle la música y ciertos sonidos de occidente, mientras que a un occidental, inspirarle placer cierta música o sonidos orientales.

Y así regresamos a los orígenes del bien y el mal y al afán por obtener control sobre los demás. ¿Quién rige lo que es bonito o feo, ritmo apropiado o inapropiado, afinado o desafinado? ¿Qué reacción causaría alguien que se afeitara media barba, medio bigote y la mitad del cabello, o caminara con un zapato diferente al otro? Todo se reduce a los estímulos y respuestas, y a quiénes causan los estímulos y quienes los reciben.

Quien manipule a su antojo los sonidos y la música podría obtener control, dependiendo de su inclinación moral. Así la música se puede convertir en un poder y fuerza que podría agarrarnos con la guardia baja y seducirnos a obrar bien o mal, de manera altruista o egoísta. Pero ¿y los fuertes efectos secundarios? Muchos médicos están prestando atención a la música y los sonidos.

Una persona podría reaccionar bien ante la música clásica, otra podría reaccionar mal, dependiendo del contexto musical y de los recuerdos que le traiga. Por ejemplo, si sufrió abuso o experiencias traumáticas mientras oía un fondo de música clásica, ¿acaso la calmaría? Lo que los cantos gregorianos a unos pudieran sonarles curativos y angelicales, a otros podrían sonarles satánicos y despertar rechazo.

El que las computadoras no solo hayan expandido la mente, sino que hayan empujado los límites de todo cuanto conocíamos en el campo de la investigación espacial, la medicina, la arqueología y, por supuesto, la música, por citar solo algunos, no significa que la música se haya degradado. Una computadora puede hacer aún más deleitables o desagradables los sonidos, dependiendo de cómo se la programe. La música, así como los sonidos, las imágenes, la escritura y toda expresión de la naturaleza, siempre serán ilimitados.

Internet se ha convertido en un mundo paralelo en el que Einstein con toda su sabiduría ni siquiera hubiera imaginado ni remotamente. Ha llegado a ser una realidad para esta generación. Una realidad paralela capaz de extraerle néctar al cerebro más seco. Por ejemplo, gracias a Internet, con un clic puedes conocer a Tiffany Poon y disfrutar con ella de su pasión por los pianos Steinway [el costo de uno de estos puede superar muchas veces el de un automóvil convencional]. También podrías visitar a Rick Beato y disfrutar de sus observaciones sobre la obra de músicos contemporáneos.

Incluso durante las largas cuarentenas de la Pandemia de 2020, los aplausos se diseminaron a raudales por Internet con pulgares arriba (llamados likes), y los abucheos, con pulgares abajo (llamados dislikes), ni más ni menos que como acostumbraba a hacer en la antigüedad el público en la arena del Coliseo de Roma, cuando pedían la cabeza del perdedor. El César determinaba su vida o muerte con un pulgar arriba o abajo, según le antojara, para complacer a la mayoría.
 
Claro, hoy los likes y dislikes son asunto de marketing, una de las muchas maneras de que se valen los grandes consorcios de ventas para tomarle el pulso al mercado y fortalecer o redirigir sus inversiones. Pero no son determinantes, porque no pasa de ser una encuesta muy subjetiva en la que no todos participan. Pudieran ocurrir 200.000 vistas, 200 suscriptores, pero nada más que 20 likes y/o 2 dislikes. Es algo muy relativo. 

Por ejemplo, me encanta "Arabesque N°1", una de las más hermosas y famosas piezas musicales de Achille Claude Debussy, compuesta alrededor del año 1900. ¡Hace más de 120 años! Sin embargo, después de varios años de que muchos subieran a YouTube hermosas interpretaciones, hasta mediados de 2022 habían recibido solo unos cuantos likes,  suscriptores y visualizaciones.

Es interesante reflexionar en el hecho de que aunque la humanidad en general ha modificado las formas, esencialmente no ha mejorado mucho en su ontología y manera de enfrentar sus problemas domésticos.

Muchos siguen creyendo básicamente lo mismo, a pesar de que teorías como la psicocibernética, el análisis transaccional, la programación neurolingüística, la inteligencia emocional (y artificial) y muchas otras han surgido como ayuda para abrir los ojos al entendimiento. Las universidades descuellan de conocimiento, y sus graduandos son cada vez más sorprendentes. 

En el campo de la ingeniería civil, por ejemplo, las estructuras de las edificaciones son cada vez más eficientes para contrarrestar el tiempo, las inundaciones, los tsunamis, los vientos, las tormentas de arena, los terremotos, los incendios, las erupciones volcánicas y los huracanes.

La ingeniería genética, la nanotecnología, la cuántica, la robótica y la inteligencia artificial, por citar algunos adelantos, han expandido las opciones. De hecho, algunas prestigiosas universidades incluyen la agnotología (el arte de mentir) como ciencia. ¿Y qué decir de la taimada obsolescencia programada, que reemplazó a la obsolescencia por desgaste natural?
 
Dicho sea de paso, la palabra "increíble" también va quedando obsoleta. Los jóvenes están acelerando tanto la invención de nuevos términos para expresar su asombro que los diccionarios parecen no darse abasto para incluirlos en sus publicaciones tradicionales. Lo suben todo a la Nube. Hasta el lápiz y el papel parecen volverse obsoletos e irrelevantes, como cosas del pasado (aunque acertadamente Bill Gates profetizó que la computadora nunca reemplazaría al lápiz).

Vemos cada vez más niños-prodigio. Pero cuando los científicos los analizan, descubren que muchos de ellos no tienen nada de prodigio, sino que simplemente se trata de niños normales que aprovecharon bien su potencial, canalizándolo con disciplina y dedicación hacia un fin productivo. Sus padres, maestros y/o gobernantes percibieron sus talentos a temprana edad y, en vez de ponerles obstáculos en el camino, les dieron alas, es decir, incentivos apropiados y facilidades para desarrollarlos teniendo en mira propósitos definidos.

Ahora la Luna y Marte están, como si fuera, a la vuelta de la esquina. Telescopios y sondas espaciales de última generación nos anonadan con avistamientos de formaciones maravillosas de estrellas, galaxias, cúmulos y supercúmulos galácticos. Y gracias al adelanto científico estamos dirigiendo la mirada de manera más responsable y con más interés a la profundidad de los océanos, descubriendo por fin su increíble biodiversidad.

Si le preguntamos a un experto de qué tamaño es nuestro cerebro en comparación con las dimensiones de Arcturus, sería absolutamente imposible que hiciera el cálculo, a no ser con una supercomputadora, y atiborraría la pantalla con tantos ceros a la derecha que te asombraría ver que la Tierra ni siquiera aparece en los mapas del espacio sideral. ¡Seguramente lo compararía con el diámetro de un cabello de un recién nacido! ¡Cuánto menos un cerebro humano, aunque se trate del más extraordinario científico!


En la foto Júpiter, Sol, Sirius, Pollux y Arcturus
 
Mira lo foto y fija tu mirada a la izquierda. ¡Es Júpiter! Trata de imaginar el tamaño de la Tierra, que tiene una masa 320 veces menos que Júpiter. Luego trata de imaginar el tamaño de un cerebro humano, y luego, el tamaño de una neurona. 

¿Y qué hay de la nanotecnología y de medidas aún más pequeñas? En el universo somos mucho más pequeños de lo que podríamos siquiera imaginar, y aún así, hay quienes se atreven a fanfarronear sobre lo grandes que se creen! Esa presunción no tiene ningún asidero. Presumir es mera fantasía.

Arcturus es tan solo una de las miles de millones de estrellas que hay en el insondable espacio. Si pones un cerebro humano sobre una mesa y a Arcturus a su lado, ¿a qué conclusión llegarías? Yo diría que nos hemos excedido largamente en nuestras bufonadas y bravuconerías. ¿Qué pensarías ahora de que alguien dijera que ganó por una nariz?

Por donde miremos, nos sorprendemos de lo vasto que es tanto el micro como el macro cosmos, y de lo intrincado que es nuestro mundo interior, es decir, nuestra capacidad para sentir y absorber información, nuestra capacidad para la sabiduría y la espiritualidad. 

Seguimos yendo a los puños y a la guerra para imponer nuestra opinión parcializada acerca de lo que significa vivir en paz. ¿Realmente nos lo creemos? Ya no estamos cerca de que surja un loco capaz de presionar el botón de la última guerra mundial, ¡ha surgido varios que están más que dispuestos a cocinar el planeta elevando su temperatura a un nivel catastrófico. ¿Crees que piensan en el amor, o que sienten algún respeto por la supervivencia de los demás?

Sobre todo, en el campo de la metafísica se está cumpliendo el dicho: "Yo solo sé que nada sé", es decir, que cuanto más descubrimos, más nos percatamos de lo poco que sabíamos al respecto. A cada rato se corrigen y reescriben los libros de ciencia, en los que suele aparecer la frase: "Nos hemos dado cuenta de que no sabíamos nada al respecto" o "Ha llegado el tiempo de reformular nuestras teorías".

A cada rato cambian los paradigmas, y lo hacen sin ningún escrúpulo. Por un lado, no pueden detener la delincuencia, y por otro, pretenden cambiar el curso del planeta. Hemos llegado al colmo de las bufonadas. 

Como una vez escribió Thomas Peters, co-autor de En Busca de la Excelencia: "El hombre [ha llegado a ser] el símbolo máximo del conflicto y la paradoja". En todas partes sigue peleando y matándose ?(como siempre) por las mismas viejas tonterías que al principio de los tiempos.

Sigue explotando a su semejante con el señuelo del dinero, usando los mismos viejos argumentos manipuladores; sigue dando rienda suelta a sus impulsos animales, y continúa invadiendo y hermoseando con destrucción masiva las fronteras de su caos expansivo, y con agnotología saca provecho de cada coyuntura, especialmente de esta Era de Desinformacion.
 
Quieren tomar posesión de la Luna y de Marte, hasta apoderándose de la mente y la vida privada de cada vez más terrícolas mediante el uso de tecnología de última generación. Sin embargo, son incapaces de controlar la furia de una inundación, una erupción volcánica o la ira de sus pueblos, que reaccionan ante sistemas administrativos que han sido pesados en la balanza de la satisfacción, por decirlo así, y han sido hallados deficientes.

"¡Deja que tus instintos tomen el control!", te dicen. Y es cierto que en algunos casos extremos el instinto pudiera salvarnos de un peligro de muerte, y en otros pudiera impulsarnos a crear imaginativas bellezas artísticas. No tengo nada contra el instinto.

Pero estamos fritos, si lo que sugieren es que dejemos descontrolado el instinto en procura de nada más que placer, y que nuestro corazón tome el control de nuestras vidas hasta acabar convirtiéndonos en meras bestias salvajes.

Eso funciona con los llamados animales inferiores, que están diseñados y preprogramados para realizar ciertas funciones dentro de ciertos límites. Incuestionadamente, algunos reaccionan como bestias salvajes porque así es su naturaleza. 

Por ejemplo, aunque el pingüino emperador salte del agua y trepe riscos rápidamente en dos patas sin agarrarse con las aletas, rara vez resbalará La mayoría lo hacen bien a la primera, aunque nunca lo hayan hecho ni hayan tomado clases de montañismo. No usan ningún equipo especial de seguridad. ¿Podrías imitar a un pingüino y subir por un risco, sin equipo ni usando tus manos? 

Por otro lado, es cierto que los chimpancés descubren algunas maneras de resolver problemas básicos, pero jamás se les metería en la cabeza procrear con un Dragón de Comodo o con una lechuza, ¿o sí? 

En cambio, de cuantos tienen conciencia y se quejan, ¿qué estarían dispuestos a sacrificar a cambio de una tranformación radical en sus vidas a fin de que a todos nos vaya bien como colectividad a largo plazo? Es irónico que todavía no nos pongamos de acuerdo ni cedamos posiciones en los aspectos más importantes ("¡Retroceder nunca! ¡Rendirse jamás!"). 
 
Qué lentos hemos llegado a reaccionar para entender lo que significa el amor y cuáles son los beneficios de entrenar y disciplinar nuestra conciencia. Hay un embotellamiento de opiniones, deseos y objetivos. Y tal como cuando un semáforo se malogra, todos quieren pasar primero y lo único que consiguen es provocar un embotellamiento mas grande. Nadie pasa, ni siquiera una bicicleta o ambulancia. Y no necesitan quedarse sin combustible o energía, o malograrse, porque parece que muchos sienten pasión por obstruir las intersecciones. El burro del hortelano: "Ni pasa ni deja pasar".

Como dije en 1974 en mi canción "Si en el cielo yo viviera": "Todos quieren vivir en un mundo feliz, pero nadie quiere transformarlo (es decir, muy pocos parecen estar dispuestos a hacer el sacrificio que se requiere para llevar a cabo una verdadera transformación de las estructuras)".

Después de 30 años vi que en todas partes se habían enmendado las formas, modernizado los equipos, reducido el personal, simplificado los procedimientos, mejorado el trabajo en equipo y agilizado los trámites, pero en el fondo, seguían cultivando y defendiendo viejas filosofías autodestructivas e idiosincrasias obsoletas.

Hemos consumido los recursos disponibles hasta el punto de agotar y amenazar la supervivencia de la humanidad. La propaganda y la publicidad te gritan: "¡Deja volar tus instintos!". Pero ¿qué hay de la moral? ¡A quién le interesa! Ni siquiera podrían explicar lo que significa la moral.

¿Exagero? No creo. ¿Por qué la gente se mira las caras -por decirlo así- para ver quién es el primero que se anima a abandonar su automóvil y empieza a andar en bicicleta para ayudar a disminuir el efecto invernadero (o debiera decir, 'para que los que se niegan a montar bicicleta sigan usando su automóvil'? 
 
Algunos estudiosos hasta temen que la corteza de los árboles de ciertas grandes ciudades estén sangrando y que sus hojas se estén secando prematuramente; y que esté disminuyendo el recuento de espermatozoides en algunas poblaciones modernas, y todo aparentemente debido a la contaminación electromagnética, producto de los equipos inalámbricos *. ¿Les preocupa eso a los que quisieran reducir al mínimo la población mundial y quedarse con todo? ¡Al contrario! Fantasean con quedar impunes.

Por eso, la pregunta es: "¿Qué pasó con el amor?". No debería extrañar. Se ha enfriado. Cada día se ven más claramente las razones que hay para creer que la gente en general parece no tener la menor intención de modificar sus hábitos en favor de un mundo mejor (lo cual significaría cooperar voluntariamente y por amor). Basta que uno toque el tema para que algunos se ericen como gatos: "¿Y qué tiene de malo?", "¡Normal, huey!", "¡Ay, qué exagerado eres!", "¡Ay qué alarmista!", "¡Ay qué pesimista!", todo es "¡Ayayay!", "¡No pasa nada!", hasta que pasa.

Por ejemplo, la robótica y el 3D han permitido a los expertos generar imágenes muy interesantes que adornan las nuevas formas de expresión musical, pero ¿transmiten el afecto que se percibe cuando uno asiste a un concierto o enciende un reproductor de música, o la televisión o la radio para escuchar a su grupo o cantante favorito?

Nos admiramos por la velocidad a la que alguien puede tocar  un instrumento mediante la aplicación de técnicas modernas, pero ¿acaso la buena música es solo un asunto de velocidad o destreza? ¿O su toque es un arreglo armonioso que despierta un sentimiento sublime en el alma? 

La actitud y no la destreza con la que se toca un instrumento es lo que contribuye al disfrute, ya sea que uno toque bien o mal, rápido o lento, por estudio o de oído. Porque ¿qué vale más, la habilidad para tocar o el amor que se siente por lo que uno hace? El amor puede obrar milagros y hacer que hasta un manco pueda tocar guitarra.

Se puede obtener música maravillosa de las formas y con los instrumentos más inesperados*. Por ejemplo, ¿alguna vez oíste "Sonos Handbell Ensemble", el coro de "Sonos" o el trabajo del filipino "Ily Matthew Maniano"? Date un tiempo.

Haz clic aquí para oír una interpretación de la Flor de la Canela a cargo de un coro de Corea. El idioma coreano y la idiosincrasia coreana son completamente diferentes al espíritu de dicha canción. Sin embargo, el amor por la música peruana hizo que este grupo incluyera composiciones peruanas en su repertorio.

Si la música no mueve a los oyentes a condolerse y a amar o entender a sus semejantes, ¿no sería simplemente una exhibición de habilidad? Por otro lado, algunos solo lo hacen por figurar, por ser el mejor, por sobresalir entre la multitud, por ganar un premio, por defender cierta identidad, para demostrarle algo a alguien o para promover alguna causa egoísta. Otros, por cultivar un amor y aprecio cada vez más profundo hacia el arte y la comunicación. El típico amor al arte.

Todos podemos usar la música como queremos. Pero para que resulte productiva, siempre se impone alguna medida de amor en el intento. Solo así la pasión no acaba deshaciendo nuestra vida como agua que finalmente termina cubriendo las huellas que dejamos sobre la playa de nuestra existencia.

Para 2020 la inflorescencia mundial de genios de la música dejó boquiabiertos a muchos. Incontables niños que habían sido amantes de sus instrumentos y voces, amantes de sus composiciones y poemas, habían crecido, desarrollando su sentido musical más allá de lo que Beethoven hubiera pensado. La nanotecnología y otros recursos hicieron posible poner instrumentos increíblemente sofisticados en las manos de los virtuosos, elevando el progreso musical a niveles más que extraordinarios.

¿Alguna vez oíste a Paul Bielatowicz interpretando en guitarra "Arabesque N°1" o a Mike Hall interpretando en bajo "Clair de Lune", ambas composiciones del francés Achille Claude Debussy, de alrededor del año 1900? ¡Cómo aman sus instrumentos!

Cada vez que sale al mercado un nuevo teclado, un nuevo saxofón, una nueva guitarra o una nueva consola de grabación, ya quedó obsoleta. El deseo de los músicos por probarlos supera la pasión de los que esperan toda la noche a que se abran las puertas para adquirir la última versión del mejor dispositivo móvil.

Lamentablemente, los fans y admiradores también llevan sus alabanzas a niveles increíbles de idolatría, arrastrando con ello a quienes aman la música, hasta el grado de causarles dolor y sufrimiento y, en algunos casos, una dependencia irreversible a la aprobación del mundo. 

Sabemos que gran parte de la juventud va por un camino ansioso, agotador y fatal por medio de salir perdiendo en las muchas competencias que se diseñan para demostrar quien es el mejor, y, a través de ello, reunir fondos, o sea, dinero y más dinero. Hay tantos concursos que hasta se les ocurrió fundar en 1957 una Federación Mundial de Concursos Internacionales de Música.

La Wikipedia explica que la famosa cantante española Marisol (Pepita Flores) pasó por una infancia muy difícil. A los 15 años le diagnosticaron una úlcera en el estómago, aparentemente agravada por el estrés y el duro trabajo que soportó durante años dedicados al canto y actuación. A esa edad ya deseaba abandonar aquel mundo cargado de presiones. Una vez dijo que tan sólo quería encontrar a un buen hombre que la amara y con el cual tener muchos hijos. Ella anhelaba mucho alejarse del alocado mundo en que se metía cada vez más. ¿Alguien se atrevería a decir que era una desadaptada paranoica por pensar así? ¡Claro que no! Solo reclamaba amor, un sentimiento que los que la rodeaban parecían haber desvirtuado. 

Cuentan que, de gira por Japón le ocultaron la agonía y muerte de su amada abuela con el fin de que cumpliera primero con todos sus contratos artísticos. Lo hicieron porque sabían que hubiera corrido a darle el último adiós. Cuando se enteró, lloró amargamente. Amaba mucho a su abuela, quien le había enseñado sus primeros pasos de flamenco.

La música también puede ser usada para arengar a la gente. Pero no me refiero a ese asunto. Me entiendes, ¿verdad?

No digo que la música deba estancarse en el pasado, ni que toda música del futuro siempre será mejor. Simplemente son diferentes, nada más. Cada una en su momento, cada una en su marco de circunstancias. Es bueno desarrollar, progresar, modernizarse y crear nuevos instrumentos, nuevas técnicas y estilos. Pero creo que si solo me dieran dos opciones, la de volver atrás y quedarme con la Boston Pops Orchestra o ir al futuro con lo que ofrece la robótica y el 3D, no lo pensaría dos veces y me quedaría con la Boston Pops.

¿De qué serviría manipular fríamente unos tambores o las cuerdas de una guitarra solo para satisfacer una pasión que a mediano plazo quizás lleve a uno a alterar su mente de manera que después no pueda controlarla, y perderlo todo a largo plazo? ¿Acaso no percibimos la estrecha relación que existe entre el amor y la supervivencia de la humanidad? ¿Acaso procrearemos con un tambor?

Por eso, cuando digo que "dejé la música" no me refiero a que dejé de componer o de disfrutar de mi guitarra, mi piano o mis canciones, sino que me alejé de ciertas cosas que estaban conduciéndome a un final que felizmente discerní que no iba a gustarme. ¿Has oído alguna vez la canción "Un hombre solo", cantada por Julio Iglesias? No quería que eso me pasara.

No me malinterpretes. No estoy contra la música ni contra los instrumentos musicales, ni mucho menos contra la innovación y la modernidad. Pero cuando está envuelta la vida, uno tiene que tomar decisiones firmes entre hacer lo que le gusta y hacer lo que es correcto. 

Estaba en juego mi vida, mi futuro y mi felicidad. Si alguien piensa diferente y cree que puede sobrellevar cosas que siente que son perjudiciales, es su vida, serán sus decisiones, es su futuro y su felicidad. No lo critico.  

Pero ¿soy el único? ¿Acaso no son cada vez más los que reconocen que el futuro de la humanidad ha llegado a estar en la balanza? La diferencia es que yo no esperé a ver cómo se desmoronarían los glaciares para aceptarlo; no esperé a que se extinguieran tantas especies animales, o que se inundaran las costas, o se secaran los Nevados de Pastoruri, o ver en las noticias cómo unos niños degollaron a sus padres, a su abuela o a sus amiguitos, o compañeros de clase, o que ametrallaron a sus condiscípulos, o un desquiciado que vació un envase con gasolina sobre una hermosa joven que viajaba en un transporte público y le prendió fuego porque no acepataba salir con él. 

Hace 30 años entendí rápidamente y sin discutir que había una mejor opción. Hoy muchos de mis amigos de antaño pueden reconocer que no estaba exagerando. Sentía que mi vida estaba verdaderamente en la balanza. ¿Me atrevería a posponer unas cosas en pro de otras? ¿Me acobardaría que otros me dijeran que desperdiciaría mi vida si a rechazaba la fama y el dinero que podría acumular?

¿Y qué tiene que ver la música en todo esto? ¿Acaso la música tiene la culpa? ¡No! Lo que quiero decir es que todo lo que hacemos, ya sea música, relaciones humanas o cualquier cosa, afecta a los demás, en cuanto a si los derribamos o edificamos, si los impulsamos al fracaso o al éxito, si los estorbamos o ayudamos, si los despreciamos o apreciamos.

Cada músico toma sus decisiones, y yo soy absolutamente respetuoso del libre albedrío de todas las personas. Mi experiencia de vida es diferente a la de los demás, como todo terrícola, y creo que la vida no tiene punto de comparación entre unos y otros. Al final, cada quien cosecha lo que siembra. Me alegro por los que son felices y me entristezco por los que no lo son. A fin de cuentas, me encanta la originalidad, la variedad, la versatilidad y la adaptabilidad. Cada loco con su tema.

La música en sí misma no tiene nada de mala. Pero ¿qué hay de la parafernalia que poco a poco se va formando en torno al artista, que pareciera que nadie puede controlar, como, por ejemplo, endiosarlo mediante la publicidad y los medios, o llamarlo ídolo o estrella, y comenzar a tratarlo con una reverencia exagerada, como ocurrió con algunos a quienes llamaron dios? 

Tal como el engreimiento daña la personalidad de los niños, no percibimos que el endiosamiento daña las relaciones sociales. De modo que la manera como usamos la música, afecta de un modo u otro el futuro de la humanidad. No es necesario ser un dios para compartir uno lo suyo con los demás.

No es un secreto que muchos admiradores se exceden y parecen no comprender que sus artistas favoritos también son humanos, que tienen derecho a una vida privada. El histórico caso de Lady D y los paparazzis fue muy lamentable. Pero ¿alguien aprendió la lección? A juzgar por los hecho, no mucho.

Ahora bien, si solo se tratara del adelanto en electrónica, robótica, acústica, luminotecnia y 3D, no dije nada. Que siga la cosa. La música puede ser muy entretenida. Pero si alguien la usa para inspirar temor, escepticismo, rebeldía o venganza, ya no se trata de modernidad ni innovación, sino de un instrumento para manifestar la misma vieja filosofía que ha sumido a la humanidad todos estos siglos en tanta frustración. Eso es lo que no ha variado, eso es lo que no me gustó. Los viejos tambores que se tocaban antes de un enfrentamiento solo han cambiado de forma.

Muchos que claman: "No queremos pelear", se contradicen a sí mismos cuando tildan de cobardes a los que no se involucran en una riña. Muchos se quejan diciendo: "No hay amor", pero siguen causándose daño a sí mismos y a sus semejantes de las maneras más creativas que podamos imaginar. Y si alguien propone: "¡Hay que parar!", añaden sarcásticamente: "Tú primero". La verdad es que no parecen dispuestos a cambiar.

En el campo de la música el mundo ha desarrollado los más increíbles instrumentos y conceptos, pero no ha adelantado mucho respecto a la manera de verse a sí mismos como humanidad. En el fondo, ¿acaso no sigue la mayoría siendo egoísta, recelosa, desconfiada, hiriente, sarcástica, desagradecida, contradictoria, criticona y renuente (por abreviar)? ¿O acaso hay alguna diferencia entre expresar rencor y venganza en ritmo de rock y en ritmo de jazz, huayno, merengue o tango? Tal vez parezca más atractivo, pero en tal caso seguiría siendo rencor y venganza.

Y no es que no podamos modificar nuestros patrones de actitudes, sino que, como comunidad, pareciera que no tenemos la menor voluntad de hacerlo... porque tampoco hallamos incentivos para actuar en un sentido más productivo. Algunos fuman no solo porque no encuentran en su interior una razón para dejar de hacerlo, sino porque quizás tienen más de una motivación para seguir haciéndolo. Efectos de la agnotología, que no solo fue aplicada al tabaco, sino al uso del plástico, la comida rapida, el uso excesivo del azúcar y de la leche, la teoría de la evolución, los fármacos, etc.

Las computadoras ciertamente han abierto las exclusas del saber y han usado la música de modos increíbles. Haz clic en la foto al inicio de este artículo o en los links al final de esta oración, y verás cómo pueden entretenernos sin que por ello resulte dañino. Pero también pregúntate: "¿Y el amor?". 1 2 3 4 5 6 7 

Hay algo más preocupante, y es que aunque desde un punto de vista antropológico alguien pudiera decir que no hay que irse a los extremos, que algunos de los grupos modernos más innovadores simplemente presentan inocentes expresiones artísticas propias de la época, uno se pregunta: ¿Es realmente el caso de que solo se trata de ser novedosos? ¿O de reflejar el sentir de una generación confundida y sedienta de amor? De hecho, ¿cómo se entiende el amor?

Por otro lado, es digno de nota que muchos grupos musicales y de cantantes se contradicen a sí mismos cuando deforman el sentido del amor poniéndolo en el mismo nivel que una mera sensación del organismo (química pura). 

Mediante música producida con efectos especiales controlados por los propios intérpretes, a veces se incita explícitamente al desfogue de emociones profundamente reprimidas, especialmente de la frustración. Todo eso afecta, y a veces, descontrola, flujos hormonales que acaban controlando el carácter y la personalidad de millones de personas.

Por ejemplo, tal vez impacten al auditorio mediante golpes extremadamente agresivos de tambores luminosos y arpegios enredadísimos de guitarra; o quizás ciertos videos muestren que ya no solo tocan sus instrumentos de un modo que de vez en cuando alcancen niveles fuertes y produzcan un clímax agradable, como serían los redobles de un tambor, los increscendos o los golpes de platillo, sino que quizás golpeen toda clase de objetos sonoros violentamente, o den con un martillo al arpa de un piano so pretexto de extraerle sonidos nuevos, extraños o poderosos. ¿Golpearemos agresivamente a bofetadas los cráneos de otros seres humanos solo para experimentar y ver si producimos algún sonido que normalmente haríamos con un teclado?

Ya nadie quiere esperar al clímax de una obra musical ni de una película. Exacerban el ánimo del auditorio desde el mismo principio para llegar a un clímax casi de inmediato, y procuran mantenerlo elevado durante la mayor parte del tiempo. El amor no es la motivación para ello, ¿verdad?

Hasta donde yo sé, ¿no está el amor más bien relacionado con el cariño, el afecto, el aprecio, la comprensión, el altruismo, el respeto, la generosidad, la paz y la tranquilidad? Es cierto que a veces pudiera alcanzar un clímax que lo ponga a prueba, cono la gritería de los niños, pero sigue siendo amor. En cambio, cuando el clímax es lo único que interesa (y no pocas veces por lucro), ¿no se trata de egoísmo? ¿Se puede llamar amor a la mera satisfacción de los instintos? Muchos creen que sí.

En otras palabras, hay un tipo de música que, aunque tiene armonía y ritmo, incluye componentes ruidosos que la vuelven extremadamente agresiva, excitando la pasión del auditorio hasta el punto de provocar un nada velado fervor religioso. 

Muchas de las actitudes y de la potencia de los equipos de sonido parecen aplicar a la música el viejo dicho de las olimpíadas: "Más alto, más lejos, más fuerte".

Por ejemplo, en vez de producir las escalas musicales con los dedos, tal vez usen palos, tubos, martillos y otros objetos contundentes en el marco de una coreografía diseñada a la perfección, ensayada profesionalmente por intérpretes que son al mismo tiempo músicos y actores que saben cómo excitar a un auditorio. "¡Fantástico!", la gente aplaude, pero nadie parece percibir las consecuencias. ¿Dónde queda el amor?

Por un lado, no niego que pudiera ser interesantísimo generar nuevos sonidos, nuevos instrumentos musicales y nuevas formas de crear un espectáculo, y estoy de acuerdo en que a veces la música se escucha mejor si se sube un poco el volumen, porque se perciben instrumentos que pasarían desapercibidos a un oído poco entrenado. Pero los excesos a los que me refiero despiertan más que fuertes sospechas de que se trata de una influencia que no procede de la Tierra, sino de otra dimensión.

Es verdad que desde tiempos inmemoriales en algunos lugares del planeta ha habido expresiones artísticas fuertes, como, por ejemplo, los conciertos japoneses de taiko, que hoy hasta se han usado en publicidad para influir en la venta de ciertos productos. Pero los sonidos que están produciendo algunos grupos de comienzos del siglo 21 contienen componentes alucinantes de última generación que trascienden el espectáculo inocente. Pareciera que sus creadores no han calculado el daño que podrían causar en la mente, carácter y personalidad de los jóvenes y niños, y si lo han calculado, me pregunto ¿por qué lo harían? o ¿por qué aplaude la multitud?

Tal vez alguien me tache de anticuado o zanahoria (sano), pero ¿acaso es un secreto que ha habido casos de niños que se lanzaron desde una ventana por querer volar como Superman o Jetman, o por ver ciertas películas cargadas de emoción con énfasis en la satisfacción de los sentidos? ¿Y qué hay de los asesinatos en masa cometidos en algunas escuelas por los propios alumnos? ¿Sondedamos los factores subyacentes?

Ver que se comercialicen indiscriminadamente equipos de realidad virtual que hacen apología de la violencia y otras tendencias preocupantes, podría crisparle los nervios a cualquiera que estuviera consciente del daño que podría causar a nivel subliminal. "Entonces, ¡acallemos las conciencias!", exclamaría alguien.

Por la misma razón habría que ser muy inocente para creer que los gestos grotescos de algunos intérpretes no tienen el potencial de causar daño a la mente de los espectadores. Porque aunque, como digo, se trata de sonidos que pudieran producirse artísticamente en un escenario normal, ciertos diseñadores de espectáculo añaden intencionalmente componentes que atraen a las masas dejando pequeñas a las más extremistas expresiones del rock... haciendo que parezcan pequeñas las consecuencias.

Como pieza de arte contemporáneo, o como una versión musical que pudiéramos decir que combina el taiko con el Circ Du Soleil, no negaré que cierto tipo de música despierta admiración. Pero esta es mi opinión: "No porque algo sea admirable debe merecer mi admiración personal".

Por ejemplo, yo no entraría por una puerta por el solo hecho de que estuviera abierta. Primero averiguaría adónde conduce y cuáles podrían ser las consecuencias de entrar por ella. Si solo viera una puerta abierta y la atravesara sin precaución, no mostraría prudencia. Pagaría las consecuencias en caso de que se tratara de un ascensor en reparación.

Lo mismo sucede con cualquier cosa digna de admiración, ya sea relacionada con la música, la escultura, la pintura, la escritura, el cine, el teatro u otra cosa. No porque un volcán sea admirable se me va a ocurrir zambullirme en su lava, ¿verdad? Se ha sabido de personas que han caído en un hoyo o fueron atropelladas por un vehículo por estar tan ensimismadas en sus mensajes de texto que olvidaron que tenían que mirar dónde pisan.

Puedo oír piezas de arte musical clásicas o modernas, incluso desde un punto de vista antropológico, pero prefiero evitar aquellas que podrían ingresar a mi subconsiciente de manera subliminal o que me transmitieran una filosofía de vida que no estuviera de acuerdo con el amor, porque con el tiempo seguramente mi corazón se iría endureciendo como un callo y mi vida terminaría secándose como un desierto.

En mi caso, la música que escucho está limitada por el amor, el cual funciona como un sensor de calor que me advierte cuándo debo cuidarme de oír cierto tipo de música.

Si quiero mantener el control de mi mente, no puedo cederle el control a nadie, por admirable que sea, salvo a Dios. Y la única manera como puedo demostrarme a mí mismo que mantengo el control es no dejándome llevar por la corriente solo por el hecho de que a algunos les parezca estimulante o apasionante. No todo lo que estimula la mente es ventajoso. Si no percibo la diferencia, segaré las consecuencias como un niño que se lanza desde una ventana creyendo que puede saltar como Batman o El Hombre Araña.

Yo empecé a consumir cigarrillos cuando unas amigas me enseñaron a fumar en el baño de su casa y, años después, aprendí a consumir maconha, hashish, pink, anfetaminas, LSD y otras substancias muy peligrosas. Porque me decía a mí mismo: "Si mis amigos lo hacen, ¿por qué yo no?". De hecho, por mucho tiempo fui el abstemio del grupo. Pero más tarde sería una línea de razonamiento me mordería como una serpiente. Hoy lo sé. Miro atrás y puedo ver claramente casi todos los huecos donde metí la pata.

Los estímulos puramente emocionales y sensoriales hicieron mella en mí y finalmente me sumieron en un estado calamitoso. Parecía que me había metido en un laberinto del cual no saldría nunca. Algo me decía que debía de haber una salida, pero sinceramente ya no podía verla, y si la hubiera visto, seguramente no la hubiese reconocido. Tampoco hubiera tenido fuerza suficiente como para arrastrarme hasta ella por mis propios medios.

Por eso digo que, a juzgar por el fuerte contenido de los estímulos sensoriales, el nuevo tipo de expresión sonora al que me refiero ha trascendido el concepto de modernidad mediante empujar hacia el infinito los límites de la más sofisticada creatividad. Supongo que sería mejor no ser tan creativos ni expresivos si a fin de cuentas nos meteremos en un laberinto del que no podamos salir, o peor, que resultara en nuestra autodestrucción o en la destrucción de otras personas.

Por lo menos he sabido de cierto joven que mató a su madre. Las investigaciones averiguaron que poco antes había estado oyendo una canción cuya letra repetía: "¡Mata a tu madre!". Y algunos artículos periodísticos han dado cuenta de bandas musicales que promueven la muerte y la psicosis, otras afirman que es imposible adquirir conocimientos y niegan existencia de las cosas y, mucho menos, que tengan algún valor. Y aún otras rechazan las creencias y principios morales relacionados con religión, política y costumbres sociales, etc.

Habría que preguntarle a un esquizofrénico qué efecto le causaría ver y oír en concierto a ciertos grupos de música modernos, en cuanto a si lo relajan o alteran, si lo tranquilizan o estresan, si estimulan su cariño y comprensión, o su ira y sed venganza. O preguntarle a una persona sana si no se volvería esquizofrénica. Porque habrá un efecto... y habrá daños y perjuicios causados al cerebro, algunos ciertamente irreversibles, como, por ejemplo, el Síndrome de Cotard.

Una característica de dicho mal es que uno llega al punto de quemar, por decirlo figuradamente, un fusible en su cerebro y perder por completo el mapa de su cuerpo, es decir, su sentido de perspectiva y orientación, tanto hacia fuera como adentro de sí mismo. En una fracción de segundo, lo que demora un chasquido de los dedos, puede perderlo todo. Dicen que no es reversible. ¿Querríamos arriesgarnos a llegar a un punto de no retorno mental como ese? ¿No sería mejor alejarnos de cualquier cosa que tuviera el potencial de ocasionarnos un daño semejante? ¡Por supuesto!

De la música violenta se puede pasar a las drogas, o viceversa, y de ahí al daño cerebral. Solo hay un paso entre cierta clase de música y el daño al cerebro, pero a veces sus efectos pudieran tardar años en manifestarse. "¡No pasa nada!", dicen, pero con el tiempo lo lamentan profundamente. Y en caso de haber perdido el juicio, lo lamentan sus parientes y amigos. Todos pierden.

Por ejemplo, la fascinación por los lentes o cascos de realidad virtual que ponen al cerebro en muchísimas situaciones irreales, dará sus frutos tarde o temprano en la forma de confusión a un grado impredecible. Entonces tal vez la humanidad entienda lo peligroso que fue jugar con la mente. Por ahora solo es divertido y hasta se usa en la capacitación profesional para desarrollar destrezas en muchos campos. Pero a medida que se ponga en riesgo a más jóvenes y niños a juegos tenebrosos y cargados de violencia mediante este inocente recurso, se volverá tan difícil la distinguir entre realidad y fantasía que supongo que no alcanzarán los psiquiatras para tratar a tanta gente.

Por eso, al igual que la realidad virtual lo hace mediante el sentido de la vista, no creo que sea exagerado pensar que la influencia de cierto tipo de música cuestionable tiene el potencial de degradar a las personas y perjudicarlas en sentido moral, emocional, intelectual, o incluso, material, físico y espiritual mediante el sentido del oído.

No me engaño a mí mismo. Puedo percibir claramente que algunos creadores o cultores musicales no tienen ninguna intención de disimular que la finalidad de su trabajo no es solamente captar y agradar a sus oyentes o espectadores, sino, lo que es más preocupante, poner bajo total cautiverio sus sentidos, pensamientos y emociones. En pocas palabras, una apología de sumisión a influencias que a todas luces no guardan relación alguna con el amor.

En lo personal, evito ese tipo de música. Prefiero aquello que, aunque a veces alcance un gran clímax, me haga sentir que aún vivo la experiencia del amor. De hecho, miro al futuro, al tiempo en que Bach, Mozart, Beethoven * Johnny Pacheco y Pérez Prado no solo puedan fundirse en un abrazo e improvisar algo juntos, sino componer algo juntos.

Muchos no conocen al gran Liberace y pudiera parecerles extraño mencionarlo en una época en la que los estilos han llegado a ser extremadamente modernos. Pero sería interesante dar cabida al pensamiento de que este amante de la música y virtuoso del piano no solo se adelantó a su época de un salto, sino que creó para sí mismo un estilo tan personalizado que simplemente se convirtió en un músico incomparable. Él decía: "Music is a never ending learning process (La música es un proceso de aprendizaje que nunca termina)". Amó la música de un modo muy especial. Él decía: "Me atreví a ser diferente".

Si lees y hablas inglés, te agradará verlo en este vídeo de YouTube en el que explica cómo Strauss introdujo el vals, y con él, los orígenes del baile moderno. Allí también podrás rastrear otros vídeos de interesantes entrevistas que le hicieron a lo largo de su carrera.

La música es agradable, espiritual, hermosa, maleable, variada, armónica, expansiva, cercana, lejana, inagotable, infinita e increíble, y se crea a partir de solo unas cuantas notas. Deja huellas profundas e imborrables en el centro del alma para siempre. Y a juzgar por los efectos desagradables que cierto tipo de música ha causado en la humanidad, me resulta evidente que, en su naturaleza, no fue concebida para fomentar odio, rencor, segregación, violencia, xenofobia ni vibraciones negativas, sino todo lo contrario: Amor.