Mi encuentro con la música


¡Ete soy yoni en 1952, sentado en el carro de mi papá, en Chosica! Tenía un año y siete meses. Vivíamos en la calle Iquitos 370, frente a la casa de los Montori. En la esquina vivían los Carbone. Recuerdo que tenían un grande y hermoso tren eléctrico de mesa. Nací a principios de 1951, en la casa de mi abuela, en el Jr. Huiracocha, distrito de Jesús María, Lima, Perú. Pero vivíamos en Chosica, Lima.

En ese tiempo mis hermanos me apodaron Magaliru porque cuando me decían Miguelito, yo no podía pronunciar Miguelito. Decía Magaliru.  

Si deseas, usando los títulos e intérpretes que indico, puedes encontrar en YouTube la música que menciono en este artículo. No he puesto links porque YouTube suele bloquearlos.

La canción más antigua de que tengo conciencia es "La Raspa", una ronda que cantaban a los niños a principios de la década del 50. No digo que haya sido la canción que más me gustaba, solo que se trata de la más temprana de la que tengo memoria. Otra fue la "Marcha Turca", de Mozart. Y otra, la "Muñequita de vestido azul".

La canción que más me ha gustado de entre todas las canciones que he escuchado en mi vida, cualquiera que sea su interpretación, es "Bajo el cielo de París", de Edith Piaf. No hay canción que me agrade más.

Probablemente la escuché en el vientre de mi madre cuando viajó a París, en 1950. No sé si para ese tiempo Edith Piaf ya la había compuesto; o si la oí durante los primeros años de mi vida. Su melodía y armonía, su letra y la variedad de acordes, su sencillez y romanticismo me transportan a un remanso de paz y tranquilidad que no puedo interpretar con palabras.

Pero hay una canción que me obliga a prestarle mucha atención cada vez que la oigo, porque me llega tan triste que me arruga de pena el corazón. Nunca descifré por qué me llama tanto la atención. Lo único que se me ocurre es que quizás la oí antes de tener uso de razón y que la tonalidad sintoniza con algún tipo de empatía innata de tristeza en el ser humano. Nada personal. Luego de muchos años me enteré de que se trataba nada menos que de la "Serenata [Ständchen]", de Franz Peter Schubert. Hasta hoy siguen publicando nuevas versiones (en piano, arpa, clarinete, violonchelo y otros instrumentos, incluso a capella).

Otra canción que está entre mis recuerdos más tempranos es "Delicado", en interpretación de Percy Faith (1952). Gracias a uno de mis lectores pude encontrar un link de YouTube que puso a mi alcance aquella maravillosa canción, precisamente interpretada por Faith.

Otra canción que recuerdo mucho y hasta ahora suelo silbar, es el tema musical de la película "Mi Tío", del francés Jacques Tati, sobre la influencia que tuvo el tío de un niño de familia acomodada. 

También guardo con mucho cariño el recuerdo de mi madre, cuando tocaba el piano. Me sentaba su lado, escuchando el suave Ensueño, de Schumann, también la Nocturne Op.9 N°2, y el Waltz Op.64, N°2 de Frédéric François Chopin. También solía tocar "La Cumparsita". 

En contraste, mi padre tocaba "La Cumparsita" de oído, con estilo triunfante. Cuando oigo al virtuoso Enrique Chia recuerdo como tocaba mi padre (claro, guardando las distancias con el gran Chia). Y no olvido que mi viejo también solía tocar "Fascinación", original tema del romántico italiano Fermo Dante Marchetti, de principios del siglo 20 y que seguramente fascinaba a los enamorados de su época. No recuerdo si mi padre la tocaba completa, pero siempre andaba silbando esas canciones. 

También recuerdo haber disfrutado de escuchar por la radio Theme for a summer place, en interpretación de Percy Faith, un domingo en que regresábamos de un día de playa, al sur de Lima. Esas fueron las canciones tempranas y significativas de mi vida y las que creo que sirvieron de base a mi imperfecto oído musical. Nunca aprendí a tocarlas. Pero las recuerdo con mucho cariño.

A finales de 1958, cuando yo tenía unos 7 años, me conmovió profundamente escuchar por primera vez las cortinas musicales de la programación de la recién fundada Radio América TV, Canal 4, de Lima, Perú. Me impactaban de manera deprimente. Eran muy tristes. Me despertaban ansiedad. La de apertura, una versión en Fox Trot, orquestada por Joe Reichman, de la Sonata N°14 de Beethoven (popularmente conocida como "Claro de Luna" [no confundirla con "Claro de Luna", del gran Achille Claude Debussy]). Y para el cierre de programación de Canal 4, la impactante cortina musical de "Almost Paradise", de Roger Williams. 

Me encanta echarme a dormir escuchando "Claro de Luna", de Claude Debussy, cualquiera que sea su interpretación, arpa, guitarra o piano. Lo bello del arpa es que me añade la sensación de entrar a un cuento, sentir la tenue brisa de un atardecer en el campo, una forma excelente de irme a soñar con cosas hermosas.

¿Por qué no lo intentas? Puedes buscar diferentes interpretaciones en arpa (de Catrin Finch [extended de 1 hora]), piano (de Tiffany Poon), guitarra (de Roxane Elfasci), flauta (de Marielena Arizpe), violín (de David Oistrakh) y de otros instrumentos y artistas. Personalmente, siempre me sonó mejor en arpa.

A veces, la escucho en arpa, imaginando que se trata de una arañita que teje su tela, como si los hilos sonaran y resonaran creando esa interesante melodía, como si su tela fuera un arpa. Si lo imaginas así, te parecerá fascinante. Puedes hacerlo también con Arabesque (también de Debussy). Arabesque en arpa también te podría relajar contemplando una pecera.

Yo me hice un mix de más de una hora conversiones en diferentes instrumentos. Si quieres, también puedes hacerlo buscando "Claro de Luna Debussy" y añadir, según prefieras, "guitarra clásica", "guitarra eléctrica", "bass", "viola", "flauta", "armónica", "saxo", "acapella", "organo", "vibrafono", "panflute", "keyboard", "arpa", "piano", "orquesta filarmónica", en fin. 

Hay incontables interpretaciones. Si no puedes comprar los derechos para escuchar, simplemente graba con tu teléfono acercándolo a otro teléfono o tablet que esté conectado a la música. Quiza grabará algunos sonidos del ambiente, pero lo lograrás. No busques perfección.

Si buscas "Claro de Luna Debussy a capella", te saldrán opciones de interpretación cantadas, como las de "Ily Matthew Maniano", "Pitou", "aCapella Choir", "Aura", "Emanne Beasha" y otros.

¡Y qué diré de la música de The Beatles (1960), de cuando yo tenía 9 años! Y nada que decir de las famosas canciones de la película "West Side Story" (1961), y las de Woodstock (1969). En fin, toda esa música tuvo una fuerte influencia en muchos.

Lógicamente, a medida que crecí, y siendo que viví en un hogar de músicos, también había estado expuesto a las sinfonías de Beethoven, Strauss, Bach, Brahms y otros. De muy pequeño solía escuchar la maravillosa "Marcha Turca" de Mozart.

A pesar de todo, nunca me incliné por la música clásica. Mi verdadero aprecio por dicha música se despertaría muchos años después. Probablemente mi tardanza se debió a la fuerte influencia de mis amigos y la música popular, así como a mis fallidos intentos por aprender a tocar piano. 

Por supuesto que todos los niños de mi época estuvimos expuestos a la música clásica -sí o sí- cuando veíamos dibujos animados o películas, porque la usaban de fondo. Por ejemplo, la aplaudida Overtura de "William Tell" (de 1829), del compositor clásico Gioachino Rossini. Llegamos a asociarla con la serie de tv "El Llanero Solitario".

Por eso, en caso de que nunca te inclinaste por la música clásica, ¿por qué no le das una oportunidad? Es muy interesante. Es increíble cuánto dominaban sus instrumentos los músicos de épocas pasadas. Aquellos compositores eran unos verdaderos genios. Se los debió recordar también como "escritores". Porque creo que escribir música en esos tiempos se podría comparar con los "escritores" de programas informáticos de hoy, también llamados "programadores". 

¡En realidad, los informáticos de hoy son "escritores" de un nivel increíble! ¡Y los grandes músicos del pasado fueron "programadores musicales" y genios de otra dimensión artística! Escribir un programa de computadoras es tan específico, de modo que se traduce en resultados increíbles, que bien debería catalogarse como un arte. Los programadores son unos verdaderos imgenieros y artistas del lenguaje informático.

Lamentablemente, tal como ha ocurrido con casi todo nuevo descubrimiento que beneficia a la humanidad, no faltaron quienes se apresuraron a usar sus destrezas para hacer cosas malas y destructivas, unos para ofender y atacar, otros, para protegerse y defenderse. 

Así también llegaron a existir e invadir el ciberespacio los abusadores, estafadores, delincuentes, espías, soldados, y ejércitos que se enfrascaron en una ciberguerra con la contribución de la nanotecnología, la robótica, la computadora cuántica y otros adelantos, y la música y la verdad no se libraron. Muchos las usaron para agitar a las masas y promover toda clase de valores y desvalores. A mi modo de ver, la agnotología resultó ser el arma más sutil a la cual se tuvo que hacer frente.

La música clásica llegó a tener un gran impacto en lo que refiere a moldear, tanto la idiosincrasia como la idiosincracia, y los que no despertaron a tiempo fueron arrasados por los virus y pandemias informáticos que exigieron la existencia y el desarrollo de hackers y antihackers. Todo un nuevo universo virtual.

Por eso la música clásica también mereció una revisión cuidadosa de parte de quienes quisieron preservar su individualidad e integridad moral en medio de tal vorágine. Nos dimos cuenta de que el bien y el mal, la construcción y a destrucción, todavía tendrían que enfrascarse en una guerra espiritual que estaría aún más allá de una realidad virtual creada por el hombre.

Los vídeos de Tiffany Poon sobre su relación con los pianos Steinway & Sons fortalecen un nuevo aprecio por la música clásica. Es graduada de Juliard y de Columbia Univ. Tiene un estilo, una personalidad y un vlog mediante el cual te conecta de un modo especial con las composiciones de muchos grandes compositores del pasado. Su meta es, precisamente, esa: despertar aprecio por la música clásica. Pero corresponde a cada quién la evaluación de la calidad moral y espiritual de lo que escucha.

Como paréntesis: Unos dicen que la música clásica no se entiende. Otros dicen que es muy triste, y otros, que es anticuada o por momentos muy agresiva y hasta demoniaca. Pero como toda en la vida, en realidad mucha es alegre, a veces dulcemente suave, y también romántica. Todos esos enfoques se deben probablemente a que, al igual que la música actual, es un reflejo de la idiosincrasia y las tendencias de las personas de cada época. 

Creo que la música no es solo una parte o ángulo de la historia, sino que es la historia misma hecha música, la piedra angular de nuestros sentimientos colectivos. Nos transporta a tiempos, culturas y lugares de todo el mundo. Con ella percibimos los éxitos y fracasos, las luchas y quebrantos que experimentó la humanidad en cada fase.

Algunos autores de nuestros tiempos se han atrevido a fusionar música clásica con la moderna y han deleitado a multitudes con dicho ingenio. Por ejemplo, si en 1975 tenías uso de razón, quizás escuchaste el adagio sostenuto del concierto para piano N°2 del gran Serguéi Vasílievich Rajmáninov [más o menos, se pronuncia "vrashmáñinof"] en la desgarradora canción "All by myself  (No quiero vivir solo)", de Eric Carmen. De seguro exclamarás: "¡Ah, sí, recuerdo esa canción!".

Es interesante que la mencionada fusión fue un merecido tributo al gran Rajmáninov, a quien la aspereza de la crítica pública hacia su incomprendida obra como compositor de conciertos a comienzos del siglo 20 lo inmovilizó emocionalmente por mucho tiempo. 

Dejó de tocar y componer. De hecho, sus sentimientos se intoxicaron con el desprecio, abriendo una grieta en la represa de su alma, y fue atrapado en las arenas movedizas de una profunda depresión clínica. Tardó varios años en reactivarse. Y en agradecimiento al médico que lo ayudó a reconstruir su vida, a volver a tocar y componer, le dedicó uno de sus famosos conciertos.

Siempre habrá gente que no alcance a comprender la importancia de la empatía, el aprecio y el respeto por la contribución que muchos hacen al buen común. Por ejemplo, algunos que asisten a ciertos conciertos de música clásica no solo tosen, sino lo hacen fuerte y descaradamente, sin cubrirse y en los momentos más bellos de la interpretación. Tosen y vuelven a toser y siguen tosiendo. Su tos queda grabada. Trasciende y llega ser parte de la sinfonía. Deberían incluirla en las partituras y concederles Derechos de Autor.

En su época, muchos consideraron aburrido al gran Rajmáninov. ¡Pero en realidad fue un compositor increíble! Prueba de su ingenio musical es que, algún tiempo después de morir, fue reconocido y ovacionado en los auditorios más grandes y prestigiosos del mundo. Músicos virtuosos, así como pianistas y directores de orquesta talentosos, incluían una y otra vez sus composiciones en sus repertorios. 

En fin, ciertos críticos mordaces (de esos que nunca faltan ni parecen deprimirse ni condolerse de nada) se apresuraron a condenar "All by myself ", denunciándola como plagio, no un homenaje, y quedó mutilada y vilipendiada. 

En mi incómoda opinión, creo que, si Rajmáninov se levantara de su tumba y oyera dicha versión, recorrería toda la tierra buscando a Eric para darle más que un gran abrazo, si es que no para llorar con él por haber sabido interpretar tan hermosamente sus sentimientos. 

No sé si afirmar que Eric trascendió al provocar una bella sinergia en el alma de mucha gente después de más de dos generaciones, o si Rajmáninov se adelantó al futuro componiendo música que en su época no fue comprendida ni recibió la acogida que recibió Eric en 1975, pero sí estoy seguro de que ambos resultaron ser unos excelentes músicos, cada uno en su época, cada uno en su trinchera, cada uno con su propio estilo y mérito artístico. Demostraron que la música es universal y atemporal, y que puede ser amada o despreciada.

Eric se adelantó algunos años al tiempo de caducidad de los derechos de autor de Debussy, es decir, hasta que llegaran a ser técnicamente de dominio público y de uso libre. Carmen nunca desconoció ni pretendió ofender al autor.

En lo personal, me encantaría escuchar All by myself en la voz quebradiza, llorosa y casi desafinada de alguien de 80 o 90 años de edad con el acompañamiento de una gran orquesta electrónica. ¿Por qué? Porque, en esencia, esta bonita y, a la vez, triste canción dice: "Cuando era joven, creía que era autosuficiente y no necesitaba a nadie...". Mejor te paso mi propia traducción al español, y mi interpretación del sentimiento:

"Mi juventud nunca sintió necesidad. Y todo fue por diversión. Pero ya fue. En mi soledad, a mis amigos recordé, pero cuando telefoneé, no los hallé [Coro: No quiero estar solo otra vez; en soledad moriré. No viviré en soledad, moriría sin amor]. ¿Cómo volver a sentir seguridad? Su amor parece ser la solucion."

Bueno, basta de música clásica y de sus entuertos. Pero que no te extrañe que, a partir de este momento te haya animado, si no lo habías hecho, a abrirte y sumergirte un poco en el vasto y extraordinario género clásico, legado inmortal de los más grandes y enigmáticos compositores del pasado. ¡Gracias a Dios, que creo el sonido!

Poco a poco comprenderás para tus adentros por qué la música clásica trascendió los tiempos casi intacta. Se debió a la invencion del pentagrama y a los modernos archivos informáticos. Hoy se la considera música de todos los tiempos y patrimonio de la humanidad.

Y nunca olvides esto: Detrás de cada canción o sinfonía, por sencilla o complicada que sea, o por fea o bonita que parezca, se esconde una historia, una fantasía, un cuento, una confesión, un perdón, un dolor, un arrepentimiento, un clamor, una explosión de alegría, un grito de victoria, un sentimiento de extrañeza, una duda o placer. Solo es cuestión de escuchar con una mente apreciativa, tratando de sintonizar tu corazón con el del autor, siempre descartando lo que sea tóxico y desagradable, por supuesto.

Bueno, cierro este kilométrico y extraño paréntesis para seguir con mis modestos recuerdos.  Mencionaré a "Granada" y "Funiculí funiculá". Y ni qué decir de "La violetera", interpretada por Sarita Montiel (una de sus canciones, "Fumando Espero", mereció la censura del Papa). Hoy Enrique Chia tiene una linda versión. 

Y recuerdo el "Volare" ("Nel blu dipinto di blu"), de Doménico Modugno y Franco Migliacci (1958); también a Luciano Tajoli ("Al di lá"), a Yves Montand (C'est si bon") y a Rita Pavone ("Qué me importa el mundo"). Ella era 6 años mayor que yo. Con solo verla, uno deseaba que el tiempo se detuviera. Como dije arriba, puedes encontrar todas estas canciones en YouTube.

También recuerdo cierto fin de semana, a comienzos de los 60, cuando fuimos con mi familia de paseo al distrito de Ricardo Palma. Era un día soleado. Mi padre detuvo un momento su automóvil para comprar algo en una tienda. Al lado había a un restaurante desde donde salía una música muy alegre, y un unos jóvenes estaban bailando. Yo era un niño de unos 7 u 8 años. 

Bajé a mirar y quedé prendado de una joven vestida de color rojo, que giraba como un trompo en torno a su pareja. Nunca en mi vida había visto a alguien bailar tan bonito. ¡Fue un espectáculo maravilloso! Se movía con tanta gracia, y se la veía tan feliz... Seguramente puse la típica cara de tonto. Tuvieron que sacudirme y sacarme del ensueño para que regresara al automóvil. 

Recuerdo que miré atrás, pensando: "Cuando sea grande quiero tener una esposa como ella". ¿Y qué estaban bailando? Una interpretación bailable de "Moliendo Café", de José Manzo Perroni (1958), melodía arraigada en mi memoria emocional desde la primera tonada. No volví a oírla sino muchísimos años después, cuando exclamé: "¡Esa es la canción!". 

Cuando grabé "Sueño de amor", lo hice recordando aquel bello momento. Por eso le di un ambiente festivo, de restaurante campestre, bailable. Aunque "Sueño de amor" fue compuesta por Billy Morgan Heymer, tiene un furrtecsabor latino y es diferente en todo sentido de las otras canciones del LPZulu. Me trae esos y muchos otros lindos recuerdos.

Algo que influyó en mis deseos de cantar fue la canción "Let's get together", interpretada por Hayley Mills en la película "The Parent Trap (Operación Cupido)", de 1961. Fue una caracterización simple con el piano y la guitarra, nada profesional musicalmente hablando. Ella no tocaba, solo actuaba. Pero encerraba una fuerte motivación. Ella era 5 años mayor que yo, así que me parecía una reina. Me conmovió tanto que vi la película cerca de cinco veces. Todas sus películas eran muy populares en aquel tiempo.

No puedo mencionar a todos los músicos ni cantantes, ni todas las canciones que influyeron en mi niñez, pero siempre los tuve presente. Además, ¿no es interesante compartir estos recuerdos contigo, que te has tomado la molestia de leer hasta aquí sin aburrirte? 

Por otro lado, me parece que Peter Dellis se inspiró en el arreglo musical del tema de Rita Pavone, de su "Datemi un martello", y lo aplicó a la canción "El Llavero y Mi Corazón", de mi hermano Kike [Martino], con la cual ganó el premio a la mejor canción del año. 

Era a comienzos de los años 60, en un concurso promovido por Guido Monteverde en el Cine Tauro, de Lima. Mi hermana Pilar y yo hicimos el coro en vivo. Usamos la pista de grabación, pero sin el coro del disco. Fue nuestra primera experiencia cantando ante un escenario repleto de gente. Nada de nervios. Estábamos juelices.

La música que escuchan y las películas que ven los adultos afecta a lo niños. Les deja recuerdos audiovisuales imborrables. Cuando escucho mi canción "Como lirios en el campo", no sé por qué una parte me recuerda la canción "15 años tiene mi amor", del Dúo Dinámico. 

Desgraciadamente, a través de los años, los niños son expuestos a impactos audiovisuales y a una agnotología cada vez más agresiva, de efectos a veces hostiles, que se observan en el transcurso del tiempo. Por otro lado, se logran efectos diametralmente opuestos con estímulos apropiados.

Bueno, en los 50, Chosica era un lugar exclusivo donde vivir. Y en aquel tiempo, muchas madres preferían dar a luz en casa, asistidas por un médico de cabecera. Mi madre prefirió venir a Lima y alumbrarme en casa de mi abuela Carmen.

Antes de mudarnos a Lima, mis hermanos mayores habían estudiado en el colegio Santa Rosa, de Chosica (Pancho en la promoción 53, y Kike en la 54). Mi hermana mayor, Carmela, estudió en el Beata Imelda. Después de que cumplí los 4 años de edad, nos mudamos a Lima y ella terminó sus estudios en el colegio Chalet, de Chorrillos (con el tiempo, una de las monjas, de apellido Zevallos, llegó a ser su cuñada).

Nos mudamos al distrito de San Isidro, al 1266 de la Av. Camino Real. Mis padres me matricularon en el Nido Los Capullos, de Miss Kiriki, en la calle Vanderghen. Después pasé al colegio Inmaculado Corazón, de estricta formación católica y de cultura estadounidense. Solo se cursaba desde kindergarten hasta tercero de primaria, y todas las clases, salvo [creo que] historia y geografía, se llevaban a cabo en inglés.

De hecho, en los pasillos, en el patio de juegos y en todo momento debíamos hablar en inglés. La disciplina era estricta, y todo relucía como una embajada. En los salones exhibían grandes afiches con imágenes religiosas. La que más me impactaba era una del Diablo. Blandía un tridente, atormentando a las almas en el infierno de fuego, asándolas "por los siglos de los siglos, amén". Yo pensaba: ¡Uy!  ¡Habrá que portarse bien, o si no!...".  ¡Wákala!".

Todos debíamos tomar clases de música como complemento, o practicar algún deporte. Unos escogieron el coro, otros, un instrumento. Yo escogí el piano. En casa teníamos dos. Era un estímulo más que suficiente. Mis padres tocaban piano (como dije, mi madre leía partituras, y mi padre tocaba valses y tangos). Mis dos hermanos mayores tocaban piano y guitarra. Kike tocaba además acordeón y flauta traversa. Mi padre y Kike tenían voz de tenor. Mi hermano Pancho era un campeón cantando y tocando valses criollos en el piano y con la guitarra. Kike viajó a Chile y estudió música en el conservatorio.

Suena paradójico, pero Kike fue enfático al sugerirme que no estudiara canto. Me dijo que la voz cultivada de un tenor era completamente diferente de la de un cantante empírico, pero que la voz natural tenía un atractivo especial que se perdía cuando uno la uniformizaba para adaptarla a un coro. Yo no entendía ni papa de lo que decía, pero me daba cuenta de que estaba diciendo que mejor dejara mi voz tan natural como fuese posible (si tuvo otros motivos, nunca lo supe). Eso se deja notar en mi disco cuando la voz se me quiebra.

Lógicamente, en caso de que yo quisiera convertirme en un tenor profesional, me dijo que entonces sí debía estudiar canto, aprender impostación y estudiar música y todo lo demás, es decir, dedicarme a tiempo completo. Pero le respondí que no quería eso, que el mundo de la ópera, el teatro y el canto profesional no me atraían en absoluto como para dedicarme a ello. Podía disfrutar un concierto o una ópera, pero no para ser un intérprete de ópera. Eso no me atraía. Nunca me imaginé viviendo la estricta vida de un tenor.

De hecho, aunque a algunos les parezca irónico o hasta ofensivo, no temo confesar que jamás estudié Teoría de la Música. Siempre me satisfizo ser autodidacta. Simplemente me divertí haciendo canciones sencillas. 

Lógicamente, poco a poco aprendí conceptos claros sobre cosas básicas, como el significado general de la "armonía", "coordinación", "sincronía", "patrones", "escalas", "acordes mayor y menor", "crescendo", "compás",  y lo que significa trabajar en equipo y así por el estilo.

Que no se me malinterprete. No es que no me agrade el canto profesional. Es solo que no quería dedicarme a un coro. Eso es todo. Mi voz no fue cultivada, ni mucho menos. Diría que en el LPZulu quedó grabada la expresión de un aficionado a quien nunca le preocupó cantar ni tocar a la perfección.

Durante mi vida he prestado atención a millones de músicos, canciones, patrones, estilos, versiones, interpretaciones y conciertos, desde música folclórica hasta clásica. Sin ánimo de comparar, clasificar ni calificar a nadie, solo diré que para mí la música es simplemente un idioma espiritual que puede resultar tanto divertido como profundo. ¡Todo el mundo puede sintonizarla, aun sin mediar palabra alguna!

Hay neurocientíficos que han postulado la hipótesis de que la música se descubrió y desarrolló desde los orígenes de la humanidad al experimentar su impulso para 'movernos juntos' y sincronizarnos unos con otros, lo cual promovió la unidad y el altruismo. Y se ha dicho que la música tiene el poder de secuestrar, por decirlo así, ciertos sistemas del cerebro relacionados con el movimiento, el lenguaje y las emociones. De hecho, está considerada como uno de los estímulos más placenteros para el ser humano, pues libera la hormona dopamina.

Y no está demás añadir que la música no solo estimula, enriquece y cultiva las redes neuronales del cerebro, sino la inteligencia, la cultura, el carácter y la personalidad, así como las relaciones humanas y divinas.

¿Cómo fueron mis clases de piano cuando tenía cinco o seis años de edad? Mientras aprendía a leer pentagramas muy básicos y ejercitaba escalas simples con ambas manos, me enamoraba cada vez más de su sonido. Me fascinaba presionar las teclas del piano y obtener lindos sonidos. Ignoraba el sofisticado mecanismo que lo hacía posible, pero me gustaba que existiera una máquina así.

Como es natural, cada vez que le daba mal a las teclas, la instructora, una monja desadaptada, me daba una feroz bofetada, ordenándome, con una horrible voz de loro: "Do it again, Miguel! (¡Hazlo de nuevo, Miguel!)". Y,  si volvía a equivocarme, me pellizcaba fuertemente de la papada y me alzaba del asiento, acto seguido me soltaba bruscamente, dándome un fuerte golpe en la cabeza. Y siempre repetía: "Do it again!". Ese era su método, sin importar cuántas veces me equivocara.

No duré mucho. El piano era hermoso, pero la maestra, todo lo contrario. El resultado fue que le supliqué a mi padre que me cambiara al coro. Ya no quería estudiar piano. Y me cambié al coro, aunque no me gustaba tanto. No es por echarle la culpa al mundo, pero no creo exagerar al decir que aquella monja destruyó mis sueños de ser pianista. Quisiera no guardarle rencor, pero es imposible. Me causó un daño muy profundo. Me hubiera gustado tener un buen maestro de música. Tal vez otro hubiera sido el resultado. Muchos niños que prosperan en la música no son prodigiosos, sino una consecuencia de una disciplina adecuada.

Amo la música, pero no me interesa leer pentagramas. No diré que los odio, pero sí que los miro y solo percibo cosas muy básicas. No me hago problemas. Prefiero depender enteramente del oído y de la práctica. Claro, que no me refiero a música complicada, sino simple, como las canciones del LPZulu.

¿Y en qué colegio me matricularían cuando terminara tercero de primaria? Mis padres querían ponerme en el Roosevelt, uno de cultura estadounidense. Pero por un documento que faltó, me matricularon en el Santa María, la versión avanzada del colegio Inmaculado Corazón.  Eran de la misma orden religiosa: Marianistas. 

Se diferenciaban en que el Inmaculado Corazón estaba a cargo de monjas, mientras que el Santa María, de curas y brothers. Que no eran más benignos si te portabas mal, sino todo lo contrario. ¡Mamma mía! Allí daban con palo. Recuerdo el "Tamacú", del profesor Silva, que siempre traía a clases dentro de un bonito estuche, y el "Swat", de Salvattore Ligamaro, mi profe de Judo, que era una especie de pequeño bate de béisbol aplanado. Otros no se complicaban. Como el profe Arroyo, que simplemente jalaba las patillas, y listo. ¡A obedecer se ha dicho! Me gustaba jugar rugby y baseball, pero no le di con fuerza al deporte, como sí hizo mi compañero de promoción Tito Drago, padre de Titín.

Cuando tenía unos 10 años de edad, mi padre me inscribió en el Conservatorio Nacional de Música, pero no avancé. Me costaba mucho calcular los tiempos y las frecuencias musicales. Supongo que mi subconsciente había sido dañado por aquella monja. Ahora sentía repulsión por los puntitos y rayas del pentagrama. Todo se me ponía borroso. De modo que abandoné para siempre mis estudios de música. En ese aspecto, siempre me consideré un aficionado y autodidacta.

Cualquier músico que tenga un buen oído puede darse cuenta inmediatamente de que mis conocimientos y habilidades para el canto, el piano y la guitarra eran muy básicos. Nada profesional. Nada de lo cual presumir. Pero el producto final de cada grabación del disco, debido a la contribución de mis amigos músicos, hacía interesante cada canción, todas diferentes en cuanto a estilo. En realidad, pienso que ninguna obra del ser humano se podría calificar como perfecta. Cada una es autobiográfica y siempre puede mejorar. Todo depende de cuánto se disfrute de lo que uno hace en cada momento.

Enrique Lynch, Pepe Morelli y Otto De Rojas eran amigos de mi hermano Kike. Siempre admiré sus arreglos musicales. Víctor Cuadros también hizo preciosos arreglos.

En la década del 70, mi hermano Kike, que para entonces había viajado a radicar en USA me envió un "Composagraph", método de música por correspondencia. Lo estudié lo mejor que pude y le saqué algún provecho. Pero aún así, nunca superé el fastidio de calcular las notas y los ritmos. Hoy se pueden conseguir muchos y variados cursos gratis de música por Internet para el deleite de los jóvenes que quieren aprender rápido.

Hubo una época en mi adolescencia que comencé a juntarme con unos amigos que formaban grandes tertulias para cantar y tocar valses criollos peruanos hasta bien entrada la noche. Pero el vals no arraigó en mí. El twist y la música de The Beatles me parecían más sublimes, excitantes y entretenidos. Aunque muchos valses eran -y son- bonitos, la mayoría me sonaban sencillamente desgarradores. De modo que no seguí frecuentándolos. No me malinterpretes. No los menosprecio, te hablo de una simple preferencia. Es todo. Hay valses que son como joyas.

Y recuerdo con gran aprecio las largas tertulias que pasábamos oyendo música después de que cerraban el Galaxy, en el auto de Choqui, con Frank Privette, del grupo Steivos. Choqui tocaba el bajo. Y por supuesto, nunca olvido la música de Santana, cuando pasaba horas hablando de música con Billy Morgan.

Es cierto que mi hermano Kike influyó mucho en mí para dedicarme a la música, pero no fue un factor determinante. En mi familia, la mayoría llevaba la música en las arterias. Tarde o temprano, con la influencia de Kike o sin ella, yo hubiera seguido por la ruta más natural para mí: la música. Lo más importante fue que Kike me enseñó los primeros acordes y acompañamientos en el piano. Me enseñó a marcar el compás del bossa nova y me estimuló a cantar naturalmente, sin estudio ni impostación profesional.

Sin desmerecer ni comparar a tantos grandes músicos, debo decir que mi compositor y arreglista preferido fue Antonio Carlos [Tom] Jobim por su compleja sencillez. Es un genio de la música. Y dije "es" porque, para mí, solo está durmiendo. Cuando despierte, seguramente continuará su obra y, sin duda llegará a ser uno de los grandes maestros de música.

La música que podemos llegar a conocer nunca será toda, tampoco la creativa variedad de estilos, culturas e instrumentos musicales que existen... y los que seguramente se crearán en el futuro.

De vez en cuando escucharemos música que nunca habíamos conocido, o quizás pase mucho tiempo hasta que la descubramos. Es tan variada, tan hermosa, tan amplia, y a veces extraña, otras, fácil de entender. Espiritual y eterna como el universo, y tan gloriosa como el Creador de los sonidos y los tiempos.


Para variar, ¿alguna vez viste y oíste una presentación musical en grupo de "Zi de Guqin Studio" [más o menos, se pronuncia Tzu Da Cuchín]? Te dejo con la curiosidad. Si decides darte un rato, sugieren escucharlos con audífonos stereo. Increíblemente, su repertorio incluye "El cóndor pasa" (hasta incorporaron el "cajón" como instrumento en dicha canción). Surrealista.